jueves, 27 de noviembre de 2014

Epílogo

Terminó.
Su novela estaba acabada. Había cerrado la trama principal, las subtramas, cada personaje había finalizado su particular camino y se daba una respuesta clara a cada interrogante planteado en el primer acto. Y así lo aseguraba la palabra fin.
Sin embargo, había un par de aspectos que quería desarrollar. Dos elementos sin apenas importancia sobre los que había pasado por encima, pero que quizás si los abordara darían una sensación de cierre total a la obra. Aunque, claro, eso supondría más trabajo, pero si había esperado tanto tiempo cuidando cada detalle de las mil ciento doce páginas de aquella novela, bien merecía retrasar un poco más el momento de darla por consumada.
Así que decidió incluir un epílogo.
Fue una tarde larga, solo descansó para hacer un poco de café y fumar un cigarro mirando por la ventana. Cerca de la medianoche se agarró el cuello con un gesto de dolor, pidió comida a domicilio, continuó escribiendo, recibió la cena y la manducó, continuó escribiendo, atendió (mal) una llamada de teléfono, escribió, terminó el café que quedaba en la jarra, escribió, pagó el alquiler vía la plataforma de Internet de su banco, escribió, cumplió cuarenta y tres, apagó el teléfono, ignoró el telefonillo repetidas veces, escribió, molió los últimos granos de café que tenía en la despensa, escribió, releyó lo escrito, corrigió, recibió la noticia de la muerte de su madre mientras arrancaba otra hoja del calendario, escribió, se ajustó el cinturón al que había vuelto a ganarle un agujero, se notó mareado, escribió y lo dio por finalizado.

El resultado fue un epílogo de trescientas páginas que su editor redujo a quince. 

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