sábado, 22 de noviembre de 2014

La señal

No. 
Era la señal lo que no iba bien. 
El tipo le había dado al botón del uno, luego al del dos, luego al del cinco, luego al del uno otra vez. No era cosa de un canal en concreto. Era el conjunto. Lo global. La señal.
Mal momento había elegido para fallar. Como cada viernes a esa hora iba a empezar su programa favorito y no había manera. Apagó y encendió la tele. Pero nada. Era la señal, que no sabía que sólo había un viernes a la semana. Dio un golpecito en la parte superior del televisor. Luego otro en el lado izquierdo. Otro más fuerte. Otro más fuerte, pero en el derecho. Tres más. Nada.
Apretó el cable de la antena contra el aparato, luego lo movió, lo arrugó y lo zarandeó. “¡Ahora!” ¡Ahora se veía! Estaba empezando. Justo comenzaban las primeras notas de la sintonía de cabecera. Pero la felicidad duró muy poco. Volvió a irse la señal.
Probó moviéndose alrededor, levantó un pie, meneó la cadera. “¡Ahora!” Volvió a irse. Y fue y vino durante la siguiente media hora mientras él danzaba con el cable en la mano, hurgaba con un perchero en la antena, movía el “Recuerdo de Jerez” que descansaba sobre la tele, abrazaba el electrodoméstico mientras le cantaba unas coplillas, lanzaba maldiciones, apaleaba el receptor con el palo de un cepillo, hacía el pino puente, lamía lascivo una piruleta, hacía pintadas en el salón, terminaba un jeroglífico, se cortaba el brazo derecho como quien corta un jamón y bebía lejía, sin vaso, directamente de la botella.

Ya en el hospital, tranquilo, se alegró porque allí podría ver su programa favorito siempre que tuviera monedas sueltas. Y tenía un montón en la mano y las hacía sonar. Era cuestión de esperar una semana. 
En su brazo quedaría siempre una señal.

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